El penalti y el cráneo de la hiena
El lunes por la noche estuve viendo el partido del Mundial disputado entre Italia y Australia. Había quedado con cuatro compañeros de laboratorio: Andrew, Taki, Luke y un emigrante polaco que lleva diez años viviendo aquí y cuyo nombre no recuerdo. Los padres de Andrew estaban de viaje y tenía que cuidar su casa así que aprovechamos para quedarnos todos a dormir porque a partir de las doce de la noche no hay trenes que nos puedan llevar a nuestras casas en los suburbios. Aunque no me interesa el fútbol, el plan de cenar unas pizzas y tomar unas cervezas sonaba muy bien, al fin y al cabo se trata de un Mundial. Así que ahí estuve con el corazón dividido entre los socceroos (así llaman aquí a sus jugadores) y los italianos. Puestos a elegir entre once tipos rubios o pelirrojos y once paisanos morenos, con la misma cara de mala leche que los españoles, me sentía más identificado con los bambinos mediterráneos. Al final, Italia ganó de penalti más que dudoso en el último minuto. Una victoria sin gloria. Y mucha gente aquí dejará -por fin- de trasnochar para ver los partidos de su selección.
En los prolegómenos del partido, además de beber cerveza (excelente por cierto
Os ahorraré el chiste fácil sobre esta última frase.