
Anoche estuve con mis nuevos amigos Ben y Eva (
¡my spanish connection!) en uno de esos bares pijolandios en los que pides una copa y te cobran la lámpara de diseño (ya tu sabes, José María). Del estilo del Puro o el Opio o como se llame el bar pseudo-místico del incienso y las velitas en Palma de Mallorca. Antecedentes: subes unas escaleras enmoquetadas y en la planta de arriba te encuentras un
loft con techos altos y ventanales de estilo barroco. Suelo de madera oscura. Interior minimalista fashion. Paredes blancas, bien iluminado. Con sus correspondientes proyectores de imágenes poperas en la pared (Warhol,
Basquiat, nada nuevo bajo el sol). Lo primero que ves al subir es uno de esos preciosos pianos de cola Steinway de color negro. Soberbio. Y justo delante, en un diván, dos chicas hablando.
Il dolce far niente. Esa belleza lánguida, un poco como Diana Krall en la portada de los discos, pero sin talento. Tan elegantes, con las piernas cruzadas y ladeadas en una pose perfecta. La espalda completamente recta y erguida. Una postura tan estudiada que dan ganas de decirles: relájate muchacha, que aún no es hora de buscar marido, que los ejecutivos de Virgin no llegan hasta dentro de un rato, reserva las posturitas para entonces, mujer.
Pero mejor no. Mejor verlas posar y admirarlas así, sin perturbarlas. Con lo bien que quedan junto a un piano de cola.